Manuel Acuña Narro (1849 - 1873)



Médico y poeta, nació en la ciudad de Saltillo, Coahuila, méxico, el 27 de agosto de 1849.
Vivió en una época en que la sociedad mexicana era dominada por una intelectualidad filosófico-positivista, además de una tendencia romántica en la poesía.
Hijo de Francisco Acuña y Refugio Narro. Recibió de sus padres las primeras letras. En enero de 1868 inició sus estudios en la Escuela de Medicina. Fue un estudiante distinguido aunque inconstante.
Cuando murió, en 1873 sólo había concluido el cuarto año de su carrera.
En su cuarto en época de estudios se reunían muchos de los escritores jóvenes de la época, Juan de Dios Peza, Manuel M. Flores, Agustín F. cuenca, Gerardo M. Silva, Javier Santamaría, Juan B. Garza, Miguel Portilla, Vicente Morales y otros. Allí fue donde, una tarde de julio de 1872, algunos de los poetas del grupo inscribieron sobre un cráneo, como sobre un álbum, pensamientos y estrofas.


En 1868 inició Acuña su breve carrera literaria. Se dio a conocer con una elegía a la muerte de su compañero y amigo Eduardo Alzúa. En el mismo año, impulsado por el renacimiento cultural que siguió al triunfo de la República, participó, junto con Agustín F. Cuenca y Gerardo Silva, entre otros intelectuales, fundando la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl, en el seno de la cual dio a conocer sus primeros versos.

Rosario de la Peña fue la mujer que estuvo más íntimamente ligada a sus últimos años, fue el gran amor de su vida y según parece, pesó tanto en su ánimo que mucho tuvo que ver con su trágica muerte.
De hecho, el atractivo de esta mujer quedó reservado como uno de los misterios de la historia, pues fue ella la misma Rosario que despertó por igual la desesperada pasión de Acuña, el deseo de Flores, la senil adoración de Ramírez y el cariño devoto de Martí.

Nunca se sabrá qué es lo que pasó por su mente aquel 6 de diciembre de 1873 en que se suicidó ingiriendo cianuro de potasio.

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SEGUNDA PARTE

Recordemos que Manuel Acuña Narro nació en Saltillo, Coahuila, México.
Hijo de Francisco Acuña y Refugio Narro, fue un destacado representante -por su vida y por su obra, de lo que los estudiosos suelen denominar la “Segunda generación romántica de la historia literaria mexicana”. Su inflamado carácter romántico, el lirismo que fue apoderándose, poco a poco, de sus anhelos literarios y su naturaleza enfermiza conformaron poemas en los que se advierten los destellos de su pasión y su extraordinario genio poético.
A los 24 años ya había probado la miel de la gloria: una obra de éxito estrenada y con buena acogida por parte del público en 1871 y una crítica que le había reconocido un sitio destacado como poeta parecían coronarlo de laureles.
Rosario de la Peña fue la mujer que estuvo más íntimamente ligada a sus últimos años, fue el gran amor de su vida y según parece, pesó tanto en su ánimo que mucho tuvo que ver con su trágica muerte. De hecho, el atractivo de esta mujer queda reservado como uno de los misterios de la historia, pues fue ella la misma Rosario que despertó por igual la desesperada pasión de Acuña, el deseo de Flores, la senil adoración de Ramírez y el cariño devoto de Martí.
Manuel Acuña fue un apasionado de Rosario de la Peña. Su inmenso y desenfrenado amor por ella fue la causa, o al menos la razón mejor fundamentada, de que quedara trunca su existencia cuando ya en los círculos intelectuales era reconocido su genio, su calidad como escritor y nadie dudaba de su exitoso futuro.
De entre los versos de Manuel Acuña es bien conocido el "Nocturno" dedicado justamente a su amor imposible Rosario, que ha pasado de generación en generación como un canto al amor y al desengaño.


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TERCERA PARTE

Manuel Acuña. Poeta mexicano nacido el 27 de agosto de 1849 en Saltillo, Coahuila se suicidó ingiriendo cianuro en su habitación de la Escuela de Medicina el 6 de diciembre de 1873. Como dijimos fue un poeta que se desarrolló en el estilizado ambiente romántico del intelectualismo mexicano de la época.

Como estudiante universitario abordó varias ramas de la ciencia, como filosofía y matemáticas, además de varios idiomas, como el francés y el latín. Comenzó la carrera de medicina, aunque todo termino con su muerte a los 24 años. Durante sus años de participación en tertulias literarias conoció a Ignacio Manuel Altamirano, Agustín F. Cuenca y Juan de Dios Peza. Con este último mantuvo un fuerte vínculo amistoso, motivo por el cual Peza fue uno de los oradores principales el día del sepelio de Acuña.

Según se cree, su poema Nocturno, dedicado a su gran amor Rosario de la Peña fue escrito instantes antes de morir.
El poema Nocturno, A una ramera y Ante un cadáver, son sus poemas más conocidos que suelen figurar en las antologías, los tres escritos entre los años 1868 y 1873, es decir, entre los diez y nueve y los veinticuatro años del autor.



Nocturno a Rosario

I

¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

II

Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.

III

De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.

IV

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

V

A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?

VI

Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta alla a lo lejos
la puerta del hogar...

VII

¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

VIII

¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.

IX

¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!

X

Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!