
Idea era una niña que encontraba sosiego entre las madreselvas y jazmines y helechos del jardín. Al igual que sus hermanas Azul, Idea y Poema, no fue bautizada. Su padre anarquista y su madre católica apoyaron sus inclinaciones artísticas.
De chicos, en la casa del Prado, todos estudiaban piano, se escuchaba música e iban al teatro y al ballet. Era el tipo de casa donde el padre, a pedido de los niños, después de almorzar, recitaba un poema. Su padre escribía versos. Su madre leía.
Idea escribía siendo una niña tan niña que todavía no había ido a la escuela. Se escondía a leer en las ramas de árboles de magnolia y, cuando se bajaba, andaba después perdida en ensoñaciones. Y se olvidaba de todo.
La poesía de Vilariño es de palabras comunes y corrientes, ideas claras y poca metáfora. Ella dice mucho con muy poco.
Antonio Muñoz Molina dice:
Lo que mejor recuerdo de Montevideo es la mirada de Idea Vilariño. Alrededor de la mesa en la que los comensales hablaban con el fervor rioplatense por discutirlo todo sólo ella permanecía en silencio y observaba, una mujer de setenta y tantos años con la piel lisa y brillante y los rasgos afilados, con unos ojos en los que permanecía intacto el fuego frío de la juventud. Hay personas que nos miran desde una cercanía inmediata; Idea Vilariño miraba como emboscada en el interior de sí misma, y rodeada de gente parecía tan a solas como en esa habitación que es el espacio visible o implícito de casi todos sus poemas: la habitación del insomnio, la de la soledad al mismo tiempo orgullosa y desgarrada, la del amor furioso y sobre todo la de la ausencia y la rememoración pasional y desengañada del amor, la habitación de no esperar nada y sin embargo seguir esperando unos pasos en la escalera y unos golpes en la puerta, debajo de la cual se ha encendido a deshoras la luz del descansillo.
Querida Idea enlutada con verde mirar lento, le escribió Juan Ramón en una carta.
García Lorca escribió en una carta que quería escribir una poesía "de abrirse las venas": exactamente eso es lo que uno siente leyendo algunos de sus poemas de amor, igual que los mejores de Luis Cernuda o de Pedro Salinas, una celebración simultánea de la ebriedad y de la desgracia, sin complacencia, sin término medio, con una capacidad de iluminación y de estremecimiento que probablemente no puede alcanzarse sin renunciar a la vergüenza, y que tal vez sólo se encuentra en estado puro en algunas formas de canción popular, en el bolero y en el tango.
Ese es el mundo en el que uno queda atrapado como en un cepo al leer los poemas de Idea Vilariño. Su respiración es sincopada, con algo de los heptasílabos de Pedro Salinas, o con las cadencias todavía más quebradas de William Carlos Williams, como un aliento que se ahoga a causa de la excitación y de la impaciencia y de la imposibilidad de decir. No hay paisaje exterior, ni explicaciones, ni adornos, ni nombres, sólo los amantes encerrados en esa habitación que será también la de la soledad y la espera, y la de un dolor demasiado cruel como para que lo designe la blanda palabra añoranza: Por qué / aún / de nuevo / vuelve el viejo dolor / me rompe el pecho / me parte en dos / me cubre de amargura. / Por qué / hoy / todavía.
Todo gran conjunto poético suele girar alrededor de una idea obsesiva y constante. En el caso de Idea es la negación, que desde sus primeros textos ensombrece imágenes, abunda en palabras como nadie, nunca, ninguno, no. Esta última es quizá la palabra más repetida en sus poemas.
Negación que es pesimismo, terquedad, presunción de que todo lo que se hace es inútil, porque al final del camino nos espera la única certeza: que todos vamos a morir. Y sin embargo, puede verse en sus páginas la búsqueda, el deseo de encontrar algo en qué creer, un amor o una idea que distraiga por un tiempo esa sombría sensación.
De chicos, en la casa del Prado, todos estudiaban piano, se escuchaba música e iban al teatro y al ballet. Era el tipo de casa donde el padre, a pedido de los niños, después de almorzar, recitaba un poema. Su padre escribía versos. Su madre leía.
Idea escribía siendo una niña tan niña que todavía no había ido a la escuela. Se escondía a leer en las ramas de árboles de magnolia y, cuando se bajaba, andaba después perdida en ensoñaciones. Y se olvidaba de todo.
La poesía de Vilariño es de palabras comunes y corrientes, ideas claras y poca metáfora. Ella dice mucho con muy poco.
Antonio Muñoz Molina dice:
Lo que mejor recuerdo de Montevideo es la mirada de Idea Vilariño. Alrededor de la mesa en la que los comensales hablaban con el fervor rioplatense por discutirlo todo sólo ella permanecía en silencio y observaba, una mujer de setenta y tantos años con la piel lisa y brillante y los rasgos afilados, con unos ojos en los que permanecía intacto el fuego frío de la juventud. Hay personas que nos miran desde una cercanía inmediata; Idea Vilariño miraba como emboscada en el interior de sí misma, y rodeada de gente parecía tan a solas como en esa habitación que es el espacio visible o implícito de casi todos sus poemas: la habitación del insomnio, la de la soledad al mismo tiempo orgullosa y desgarrada, la del amor furioso y sobre todo la de la ausencia y la rememoración pasional y desengañada del amor, la habitación de no esperar nada y sin embargo seguir esperando unos pasos en la escalera y unos golpes en la puerta, debajo de la cual se ha encendido a deshoras la luz del descansillo.
Querida Idea enlutada con verde mirar lento, le escribió Juan Ramón en una carta.
García Lorca escribió en una carta que quería escribir una poesía "de abrirse las venas": exactamente eso es lo que uno siente leyendo algunos de sus poemas de amor, igual que los mejores de Luis Cernuda o de Pedro Salinas, una celebración simultánea de la ebriedad y de la desgracia, sin complacencia, sin término medio, con una capacidad de iluminación y de estremecimiento que probablemente no puede alcanzarse sin renunciar a la vergüenza, y que tal vez sólo se encuentra en estado puro en algunas formas de canción popular, en el bolero y en el tango.
Ese es el mundo en el que uno queda atrapado como en un cepo al leer los poemas de Idea Vilariño. Su respiración es sincopada, con algo de los heptasílabos de Pedro Salinas, o con las cadencias todavía más quebradas de William Carlos Williams, como un aliento que se ahoga a causa de la excitación y de la impaciencia y de la imposibilidad de decir. No hay paisaje exterior, ni explicaciones, ni adornos, ni nombres, sólo los amantes encerrados en esa habitación que será también la de la soledad y la espera, y la de un dolor demasiado cruel como para que lo designe la blanda palabra añoranza: Por qué / aún / de nuevo / vuelve el viejo dolor / me rompe el pecho / me parte en dos / me cubre de amargura. / Por qué / hoy / todavía.
Todo gran conjunto poético suele girar alrededor de una idea obsesiva y constante. En el caso de Idea es la negación, que desde sus primeros textos ensombrece imágenes, abunda en palabras como nadie, nunca, ninguno, no. Esta última es quizá la palabra más repetida en sus poemas.
Negación que es pesimismo, terquedad, presunción de que todo lo que se hace es inútil, porque al final del camino nos espera la única certeza: que todos vamos a morir. Y sin embargo, puede verse en sus páginas la búsqueda, el deseo de encontrar algo en qué creer, un amor o una idea que distraiga por un tiempo esa sombría sensación.