César Vallejo-Segunda parte




Recordemos que César Abraham Vallejo nace el 16 de marzo de 1892 en Santiago de Chuco, un pueblito aislado en la cordillera de los Andes, en el norte del Perú, siendo el más pequeño de once hermanos y de sangre mestiza ya que sus abuelas son indígenas y sus abuelos españoles.
El dolor está muy presente en la obra de César Vallejo; para él representa una apertura a la existencia, una forma de conocimiento objetivo del dolor humano que plasma en sus versos.
Tratar de entender al mundo y sus contradicciones, resulta sumamente doloroso pero a la vez necesario ya que el sufrimiento es la única manera que el hombre tiene de conocer la realidad.
En una carta fechada en octubre de 1924 a Pablo Abril, Vallejo escribe:

“Parece que la vida sigue empecinada a herirme. Esta carta la escribo desde el Hospital de la Charita Sala Boyer, cama 22, desde donde acabo de ser operado de una hemorragia intestinal. He sufrido veinte días horribles de dolores físicos y abatimientos espirituales increíbles. Hay, Pablo, en la vida horas amargas, de una negrura negra y cerrada a todo consuelo. Hay horas más, acaso, mucho más siniestras y tremendas que la propia tumba. Yo no las he conocido antes. Este hospital me las ha presentado y no las olvidaré

En sus últimos textos se nota la sensibilidad de Vallejo ante el dolor ajeno, ante ese prójimo que él no puede rescatar de su propia miseria

Pero también en las poesías de Cesar Vallejo hallamos abundante vocabulario bíblico y litúrgico, esto quizás debido al deseo de sus abuelos, ambos sacerdotes de ingresarlo en el sacerdocio.
Por ello la obsesión del poeta ante el problema de la vida y de la muerte, que tiene un indudable fondo religioso está ampliamente desarrollada en sus letras.

A Vallejo le toca vivir la época del nihilismo en Europa, el tiempo de la “muerte de Dios” de Nietszche, que inaugura la secularización del pensamiento. Un mundo de cambios, de guerras, de desesperanza, que trastoca el sentimiento religioso del poeta, quien se siente culpable, y presiente al pecado original como algo innato del hombre: como un dolor que se lleva a cuestas por naturaleza, por castigo.
Hay un intento en Vallejo, de rescatar a Dios de las cadenas con las que lo han atado los filósofos para hacer de él, un Dios que también sufre, que se sienta con la familia o en el café con los amigos y que comparte con los hombres las penas cotidianas.



Los Dados Eternos



Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;
me pesa haber tomádote tu pan;

pero este pobre barro pensativo

no es costra fermentada en tu costado:

¡tú no tienes Marías que se van!



Dios mío, si tú hubieras sido hombre,

hoy supieras ser Dios;

pero tú, que estuviste siempre bien,

no sientes nada de tu creación.

¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!



Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,

como en un condenado,

Dios mío, prenderás todas tus velas,

y jugaremos con el viejo dado.

Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte

del universo todo,

surgirán las ojeras de la Muerte,

como dos ases fúnebres de lodo.



Dios míos, y esta noche sorda, obscura,

ya no podrás jugar, porque la Tierra

es un dado roído y ya redondo

a fuerza de rodar a la aventura,

que no puede parar sino en un hueco,

en el hueco de inmensa sepultura.